Mi sonrisa te va a contagiar.

El recorrido era como el de todas las mañanas. Se levantaba ,como (casi)todos los días, con su pelo alborotado y su olor a dormitación. Llegaba al baño, tambaleandose, abría la ducha y simplemente cerraba los ojos y respiraba. En la cocina, ah la cocina, què espacio tan preciado, qué espacio tan compulsivo, tan obsesivo, tan tentador.Allí toma su vaso diario de té de frutos rojos (o algún otro variante), porque no, no toma té en taza, le gusta en vaso. Se pone las zapatillas, se pone su pantalón corto,desarreglado, manchado con pintura y su remera. Agarra su bici amarilla y sale por la ventana, porque no, no sale por la puerta,prefiere la ventana. Su recorrido empieza, va derecho por aquella callecita angosta, baja, baja por todo el cuerpo de ella y dobla en la esquina. PERO esta vez se encontró con un inesperado, el agua que une tu casa, por la cañería, y con ello, una pared. Está vez, por primera vez, decidió volver ,volver a buscar algunos tachos de pintura y algún pincel. Volvió a volver y llegó a donde ya había llegado. Decidió allí pintar. Se pintó él y la pinto a ella. Pero no su recorrido no iba a ser completamente interrumpido, no ,claro que no. Siguió viaje ,ahora con un agregado, sus tachos de pintura y sus pinceles. Siguió ,siguió con su bicicelta y